Abrimos una nueva sección dedicada a recordar aquellas tareas que eran propias de la ocupación principal de nuestros antepasados durante el verano.
Lo haremos utilizando los relatos de los que fueron protagonistas de aquellas labores tan esforzadas y acudiendo también a otra documentación literaria y gráfica que obra en poder de nuestro Museo Etnográfico.
Comenzamos por la siega y en este caso nos serviremos de la narración de F. Molinero, publicada en El Adelantado de Segovia, el día 16 de agosto de 2000.
El mayoral, los segadores y los rapaces trabajaban de sol a sol, estaban curtidos por el sol y el aire solano. La hoz de acero era su herramienta para segar, y en la mano izquierda se ponían un manojo de dediles de cuero grueso o cazoleta de madera para evitar los cortes.
Una cuadrilla solía estar compuesta por un mayoral, con frecuencia el de mayor edad, de cuatro o siete hoces o segadores (había cuadrillas mayores) y un atero o rapaz que ataba con una lía de esparto (atillos). Llevaba el atero un manojo a su cintura, atadura que se deshacía tirando del nudo, y así de desparramaba la mies fácilmente en la era para formar la parva, y es que así lo refleja un refrán: «Acuérdate al atar de que has de desatar».
Muy temprano estos segadores se levantaban, desayunaban frugalmente en la casa del labrador: pan y cebolla, chocolate de morder, aguardiente, jamón o tocino…. El pan y cebolla siempre, aunque fuera una comida buena y abundante como el cocido castellano. Los segadores permanecían en las mieses trabajando hasta la puesta de sol.
Sólo se descansaba con una breve siesta al mediodía, en las tierras, pero debía de durar muy poco, ya que algunas personas mayores señalan que duraba lo que tarda en tirarse una gorra al aire y cae al suelo. Tras la puesta del sol, los segadores marchaban a la casa de labor, cenaban y se acostaban en algún pajar o panera vacía.
Las espigadoras estaban muy relacionadas con la siega. Solían componerse de un grupo de mujeres y niños. Una vez recogidos los haces y cargados en el carro para llevarlos a la era, las espigadoras recorrían las parcelas recogiendo las espigas caídas, y formaban ramos que se asemejaban a los de las flores. El grano recogido servía para dárselo a las gallinas.
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