Una vez que estaba la mies en la era, se comenzaba la trilla y la limpia. Los trillos estaban compuestos de tres o cuatro tablones bien ensamblados que formaban un rectángulo con uno de sus extremos alabeado para que se deslizara por la mies. La cara inferior estaba cubierta de pequeñas piedras de cuarzo o pedernal con finas aristas que cortaban la parva. Dando vueltas por la parva se iba desmenuzando la paja y se dejaba libre la semilla. El trillo solía ser arrastrado por un par de animales, a los que había que dar con una tralla, y de vez en cuando alguna persona mayor mandaba a los que iban en el trillo (alguna mujer o niños, y alguna piedra o saco con grano para hacer peso) que dieran con el látigo al ganado y se dirigieran por el centro o corona para trillar la parva uniformemente.
La parva se volvía cada cierto tiempo con horcas y horquillas de madera para que quedaran encima las pajas que no habían sido cortadas. Una vez trillada la parva se recogía en montones que luego se limpiaban separando el grano de la paja. Para ello se aventaba, es decir, se echaba al viento la mies trillada para que el mayor peso del grano cayera en un montón y la paja ayudada por un poco de viento en otro un poco más lejos. La limpia se completaba con el cribado del grano, hecho a mano.
La máquina aventadora solucionó el problema para cuando el aire no corría y tanto grano como paja caían en el mismo montón, y los labradores pasaban el día comprobando si se podía aventar tirando beldadas al aire. Era el mes de agosto donde «trillando y aventando aparta pajas puras; con él (agosto) llega el otoño, con dolencias y curas», señala el Arcipreste de Hita.
(Molinero, F. El Adelantado de Segovia, 16 de agosto de 2000, pág.16)
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