En homenaje a nuestros antepasados. Para los pueblos cercanos a Turégano, la feria de San Andrés era como si fuese la propia feria. A ella acudían a comprar y a vender ganado, y a disfrutar del ambiente. Seguro que los últimos días de noviembre también estaban marcados en rojo en el calendario de las gentes de Otones.
Recogemos, a continuación, el relato que nos ofrece el maestro segoviano de La Cuesta, Pablo de Andrés Cobos, en su magnífico libro Estampas de aldea, publicado en 1935:
Prefiero la feria, la feria de San Andrés. Es verdad que son peores los caminos, encharcados, barrizales, de tanto pasar vacas y mulas, aguantando la lluvia. Pero me gustó más pasear por el ferial, en aquellas laderas del cementerio, de la mano de mi padre. Por entre las vacas, viendo aquellos toros bragados de cuarenta arrobas; por entre las yeguas, con las mulillas lechales temblorosas; por entre las mulas grandes, quincenas y treintenas, tan limpias, tan hermosas, vibración pura, cuerdas de guitarra, en largas filas. Los grupos de gitanos, graciosos, con sus borriquillos, con su chaquetilla entallada, de felpa. Los chalanes, los veterinarios, los labriegos con la alforja al hombro y cara de susto. Y casi estoy por afirmar que me gustaba tanto como el cordero en el horno de Isaac o la Basilisa, el bacalao, en grandes tajadas magras, hirviendo en aquellos calderos enormes del ferial.
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